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Cuando el salón se convierte en el aula

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El domingo 8 de marzo Ricardo López fue a Palma con su amigo Albert Amorós para ver el derbi que el Ibiza le ganó al Baleares. A los dos les encanta el fútbol y, además, comparten vocación: son profesores de Educación Primaria. Al día siguiente Ricardo y Albert volvieron a encontrarse en el CEIP Sa Blanca Dona sin saber que sería la última semana que pisarían las aulas en el curso 2019/2020. “Aquel lunes no nos imaginábamos que tendríamos que despedirnos de nuestros alumnos y empezar a darles clase a través de internet”, cuenta Ricardo. Y subraya: “Lo que ha acabado sucediendo parecía ciencia ficción. Creo que para todos los profesores las primeras semanas del confinamiento fueron muy caóticas. Costó hacerse a la idea de que no volver a pisar las clases no sería cuestión de quince días”. Dos meses después, el trabajo de Ricardo ha cambiado totalmente. En apariencia. Porque este ibicenco –promesa del bádminton español en su juventud e hijo de un futbolista que militó en la extinta SD Ibiza y en el Hospitalet entre los años setenta y ochenta– llevaba bastante tiempo investigando las posibilidades que internet podía ofrecer a los profesionales de la enseñanza.

“Durante doce años he sido coordinador de Nuevas Tecnologías de mi centro. En ese tiempo hemos digitalizado el colegio, incorporando microportátiles y tabletas que usábamos diariamente en clase. Todos los contenidos que doy en clase los subo a un blog que creé para que los alumnos pudieran repasar en sus casas. También mantengo contacto por WhatsApp o e-mail con los padres. Tengo listas de difusión para que estén al día de las actividades que hacemos en clase. El reto que se nos ha presentado nos ha permitido estimular la creatividad de nuestros alumnos ante una situación en la que hemos perdido el elemento fundamental para realizar nuestro trabajo: el contacto físico con los chicos”. Ricardo ha trasladado el colegio a casa. Su salón se ha convertido en un aula y la pizarra ahora está compuesta por píxeles. Las charlas con sus compañeros en la sala de profesores o los despachos se han sustituido por largas vídeollamadas donde se desarrolla la estrategia a seguir para que el alumnado no pierda el interés por seguir aprendiendo. Todas las mañanas se reúne con el otro tutor de sexto de Primaria de Sa Blanca Dona. Entre los dos se reparten las asignaturas que estudian los alumnos de los dos grupos. Al abonado del Ibiza le toca dar Matemáticas, Ciencias Sociales y Naturales, Catalán y Educación en valores. El próximo septiembre sus alumnos deberían saltar al instituto.

El Ministerio de Educación decidió a mediados de abril que los estudiantes pasen automáticamente de curso salvo en casos excepcionales y evitar que se tirara por la borda el trabajo hecho durante los dos primeros trimestres de este año escolar. Razón de más para que los profesores traten de consolidar los conocimientos de sus pupilos durante el confinamiento. “Estas semanas nos hemos dedicado a repasar lo hecho. No impartimos materia nueva, pero les proponemos muchas actividades para mejorar sus actividades competenciales; es decir, tratamos de ponerles ante situaciones reales que se van a encontrar en la vida”. Ricardo y sus compañeros han tenido tiempo para sacarle todo el jugo al paquete de aplicaciones educativas de Google Suite. “Por ahí pasa el futuro de la educación. La tecnología ha puesto a nuestra disposición, tanto de los profesores como de los alumnos, infinidad de herramientas que ahora estamos aprendiendo a usar correctamente. Gracias a esas aplicaciones, podemos resolver las dudas de nuestros alumnos casi en tiempo real, corregir los ejercicios que realizan, tener contacto con ellos… Falta la parte humana, pero sin no dispusiéramos estas posibilidades tecnológicas tendríamos que haber paralizado el trabajo educativo. Uno de los problemas a los que nos enfrentábamos cuando empezó el confinamiento fue el de la brecha digital. Había chicos que no tenían un ordenador o un dispositivo adecuado en sus casas. El centro se puso manos a la obra y entre unos cuantos compañeros preparamos los portátiles y las tabletas que usábamos en las aulas para que los voluntarios de Protección Civil de Vila se las llevaran a los alumnos que las necesitaban”.

A Ricardo le falta el ruido del colegio. El sonido de las sillas apartándose del pupitre. El ir y venir de los niños cuando corretean por el patio. El timbrazo de la campana que marca el final de la jornada. Y también las charlas en las que se habla de fútbol. “Tengo mucho alumnos que juegan a fútbol en la Academia del Ibiza y hablamos bastante sobre los partidos del primer equipo. Con la buena trayectoria que lleva esta temporada estaban muy enganchados. Es increíble lo que ha calado este club entre la gente joven”, dice el profesor. Muy parecido piensa otro docente que también es abonado de la entidad celeste. Dani Ferrer imparte Educación Física desde hace tres lustros en el Quartó de Portmany, el instituto más antiguo de Sant Antoni. Licenciado en INEF, ha sido preparador físico en varios clubes de la isla y es un apasionado del fútbol. “Con el Ibiza ha vuelto la emoción a Can Misses. Es increíble cómo lejos de la ciudad, sobre todo entre los adolescentes más jóvenes, también se habla de lo que ha hecho el equipo en la última jornada. Tener un club deportivo totalmente profesional es una buena referencia para la gente joven”, dice Dani. Él reconoce que no lo ha tenido fácil durante estos dos últimos meses para desarrollar su trabajo. Primero, porque es un profe de patio o gimnasio. “Hasta las clases teóricas me gusta darlas en el exterior”, confiesa. Para el último trimestre del curso, además, el temario tenía reservadas muchas horas de “deportes y actividades grupales”. “Parece complicado”, dice Dani, “estimular ese trabajo. ¿Cómo les pongo a jugar un partido de balonmano o les planteo hacer una coreografía si cada alumno está en su casa?” Sin embargo, gracias al Google Classroom, el aula virtual que utilizan en su centro desde hace varios años, la gran mayoría de los alumnos han seguido enganchados a la actividad física. “Nueve de cada diez, los mismos que suelen tomarse en serio la asignatura”, especifica Dani, siguen las rutinas que el profesor les propone cada semana. “Doy clase a tercero y cuarto de la ESO. Es decir, mis alumnos tienen entre catorce y dieciséis años. Están en plena fase de desarrollo físico y mental y el deporte juega un papel muy importante en sus vidas. No se pueden quedar parados. Algunos hacen deporte en su tiempo libre, pero para otros lo que hacemos en la asignatura de Educación Física es el único ejercicio que practican durante la semana. Por eso es muy importante tenerlos motivados, que sepan que pueden encontrarme en el correo o por teléfono para resolver las dudas que tengan”.

Dani, a diferencia de otros maestros, no ha podido hacer clases en directo. La razón son sus dos hijas. Abril, la mayor, tiene siete años. Su hermana Candela va a cumplir tres. Todas las mañanas mientras se reúne con sus compañeros (“tenemos un equipo directivo en nuestro instituto que se puso las pilas desde el primer día para que no se quedara ni un alumno atrás”, explica) no le quita el ojo a sus dos pequeñas para que hagan las tareas que les han mandado en el colegio. “Ellas se han adaptado muy bien a la situación. Siempre digo que los niños, cuanto más pequeños sean se amoldan a todo. No saben qué es un problema. A los mayores nos cuesta más. Yo estoy deseando volver a sentir esa conexión que se establece con los alumnos cuando empiezan a sudar en una clase de Educación Física, pero mirándolo desde otro prisma, si esta cuarentena ha servido para algo es para demostrar que los profesores estamos muy presentes. Desde nuestras casas, seguimos al pie del cañón. Sé que volveremos a las aulas tardes o temprano y sonreiremos de nuevo con los chavales. Eso es más que suficiente para alegrarnos el día”.